miércoles, 19 de julio de 2017

El alpinista

Desesperado por conquistar el Aconcagua inició su travesía, después de años de preparación, quería la gloria para el solo, por tanto decidió subir sin compañeros.
Subiendo se le hizo tarde, pero no se preparó para acampar. Siguió subiendo decidido a llegar a la cima, y le oscureció. La noche cayó con gran rapidez en lo alto de la montaña, no se veía absolutamente nada, todo estaba negro, ninguna visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
En un acantilado, a sólo 100 metros de la cima, se resbaló . . . caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas oscuras y la terrible sensación de ser absorbido por la gravedad.
Seguía cayendo. La angustia era cada vez mayor, en ese instante se le pasaron por la mente gratos, y no tan gratos momentos de la vida, pensaba que iba a morir.
De repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos.Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido en el aire, no le quedó más que gritar: Por favor
ayúdenme . . . 
De repente una voz grave, como salida de la nada contestó: ¿ Que quieres que haga ? 
Él respondió: Sálveme
La voz grave contestó a su vez :¿ Realmente crees que pueda salvarte ?
Por supuesto, respondió el alpinista. 
Entonces, suelta la cuerda que te sostiene . . . 
Se hizo el silencio . . .El hombre quedó inmóvil, se aferró aún más a la cuerda y reflexionó . . .
Cuenta la leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvamento encontró al escalador casi muerto. La mano la tenía totalmente congelada y le quedaba apenas un hilo de vida, el alpinista pudo salvar su vida, paradójicamente aferrado a su soga… a menos de un metro del suelo. Si se hubiese soltado hubiese podido regresar por su propio pie al refugio pero no lo hizo por temor a perder su vida.


A veces, no soltar es la muerte.
A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó.
Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída.
Todos tenemos una tendencia a aferrarnos a las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en “lo malo conocido”, como aconseja el dicho popular.
Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no ésta, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.

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